lunes, 10 de enero de 2011

Destinito Santiago, el narrador invitado de Enero en la Palabra


Santiago Pérez-Wicht Meza nació en Arequipa en marzo de 1988, en el seno de los residuos de la aristocracia local. Se volvió lector obsesivo a los doce años gracias a Harry Potter y la piedra filosofal. A los quince comienza a escribir sus primeros relatos cortos. Una vez graduado de la escuela secundaria, estudió las carreras de Publicidad, Literatura y Cine en Buenos Aires, abandonándolas todas por considerar la educación universitaria limitada, mediocre e intransigente. En el 2010 publicó su primer libro de cuentos Destinitos Quebrados, un libro sórdido, vulgar y erótico que le valió algunas disputas familiares y muchas miradas de miedo y desprecio. Actualmente lee a Raymond Chandler, Dashiell Hammett y James M. Cain mientras prepara su primera novela (negra).

¿Es posible que nos creamos con el derecho a establecer fronteras separatistas dentro del quehacer literario?

Al comienzo de esta empresa se nos especificó que Enero en la Palabra era un lugar especialmente reservado a la poesía (¿o debería decir a los "poemas"?), y por un momento agachamos la cabeza y dijimos Sí.

Si no fuera por la intervención del querido Robert Baca quien, empleando todo su florido verbo, nos hizo recapacitar con un sincero: "No sean pendejos" aún seguiríamos creyéndonos con el poder de separar los tomates de los jitomates; o sea, el acto literario es uno sólo: Alma-mano-lenguaje. Poesía, una cualidad a la que aspiramos. 
Pues bienvenidos hermanos narradores y disculpen, que si no invitamos a más es por mera cuestión espacio-temporal.
Para compensar a los amantes de la prosa fluida aquí compartimos un cuento del escritor ya nombrado:

MR. TOM Y LOS PAYASOS

Mr. Tom esa noche quería que algo suceda y yo también. Lo supe apenas entró por la puerta con una erección de tres metros que le atravesaba los pantalones caqui.
Hola Rosario me dijo.
Buenas noches, Mr. Tom.
¿Estás sola?
La señora salió y los mellizos están en su cuarto.
¿Durmiendo?
Estan viendo películas, Mr. Tom.
Ah me respondió y se acomodó la erección metiéndose una mano en el
bolsillo. Voy a verlos.
Mr. Tom, su cabellera rubia y su inmensa humanidad subieron las escaleras
desajustándose la corbata. Le miré el culo gringo hasta perderlo de vista.
Recuerdo muy bien el día que llegué a la casa de la señora Susana y Mr. Tom, ya hace casi dos años atrás. La señora Susana había pegado un cartel impreso en su ventana. SE BUSCA EMPLEADA. Yo por esos días trabajaba para los Gómez, una familia vecina que me pagaba muy mal y encima algunas semanas me dejaban sin domingo. Así que una tarde me animé, salí de casa de los Gómez con mis cosas en un maletín y toqué la puerta de los nuevos vecinos. Lo único que había escuchado de Mr. Tom y su familia es que el gringo trabajaba en una mina, se había casado en Perú y tenía dos hijos recién nacidos. La señora Susana me abrió la puerta cargando un mellizo en cada brazo. Reconocí en su rostro la desesperación y sonreí. Si algo he aprendido en estos años es que una mujer desesperada, incapaz de mantener su casa sola, es presa fácil. Sabía que no iba a ser necesario recomendaciones ni discutir por subir unos soles al sueldo.
Mr. Tom bajó las escaleras, abrió la refrigeradora y sacó unas rodajas de jamón. La erección se mantenía rígida en sus pantalones.
La señora ha dicho que vuelve tarde le dije.
Mr. Tom me miró largo rato y luego soltó una sonora risotada.
Chola pendeja. Ven acá.
¿Y los mellizos?
En su cuarto jugando a pintarse de payasos.
Yo sabía que Mr. Tom me tenía ganas. El cuerpo de la señora Susana se había descolgado luego del parto de los mellizos mientras el mío era duro, joven y moreno. Muchísimas veces lo encontré viéndome el culo mientras le hacía los huevos del desayuno.
Esto va a costarle, Mr. Tom.
Él me miro, soltó otra risotada y sacó unos billetes del bolsillo. Entonces me le acerqué mirándolo a lo ojos, recogí los billetes que había tirado al suelo y me quedé de rodillas dejando que Mr. Tom se desajuste los pantalones. Se la estuve sobando un poco y luego de unos segundos me la metí a la boca. Mr. Tom soltaba intensos gemidos, parecía un animal desbocado. Se la chupé un rato con los ojos cerrados hasta que la chupadera comenzó a aburrirme, entonces abrí los ojos y encontré a los mellizos parados a unos metros de nosotros, con los rostros mal pintados como payasos, las narices rojas y los ojos llenos de preguntas.
¡Jimmy! ¡Jeremy!
Mr. Tom reaccionó sorprendido y volteó a mirar a sus mellizos.
Up stairs! gritó y me agarró de los cabellos acercando mi rostro de nuevo a su verga tiesa.
Los mellizos dieron unos pasos hacia nosotros. Realmente parecían un par de payasos. Jimmy estiró el brazo y le tocó con un dedo lleno de pintura fresca la verga a su padre. Mr. Tom se quedó helado al sentir el frío de la pintura en su miembro. Jimmy se rió por un buen rato y luego salió disparado a perseguir a Jeremy por la sala y el comedor.
Sigue me dijo Mr. Tom
Los mellizos nos están viendo le respondí señalándole a sus hijos, que cada varios metros detenían su ruidosa persecución para observarnos.
Te he pagado por esto, chola pendeja. Así que sigue.
Me levanté y le clavé la mirada. Nuestras narices se rozaban y podía sentir el aroma a café y cigarro que botaba Mr. Tom. Me saqué los billetes del bolsillo y se los tiré al rostro.
Usted es un cerdo.
Nos quedamos observándonos algunos segundos, luego Mr. Tom se levantó los pantalones y salió furioso detrás de los mellizos. Intentaba atraparlos pero Jimmy y Jeremy eran hábiles y se refugiaban en cualquier rincón que encontraban. No parecían entender el enojo de Mr. Tom, que inhalaba y exhalaba con la fuerza de un rabioso elefante. Luego de varios minutos de persecución, finalmente Jimmy pasó corriendo muy cerca de su padre. Mr. Tom estiró su larga pierna trabándole la huida al mellizo, que cayó de narices y resbaló algunos metros besando el suelo. Se levantó resuelto, su nariz de payaso había volado hasta debajo del sofá. Abrió los ojos sorprendido y ríos de sangre comenzaron a brotarle de las fosas nasales. Mr. Tom le había partido el tabique en mil pedazos. La expectativa entonces se hizo latente. Mr. Tom miraba sorprendido la sangre brotar de las narices de su hijo. Parecía no poder moverse. Yo esperaba muy tensa que algo suceda. Que Jimmy comience a llorar sin tregua, que llegue la señora Susana o que un maldito asteroide caiga encima de nuestras cabezas. Fue mientras pensaba en eso que vi a Jeremy estirar la mano debajo del sofá, recoger la nariz roja de su hermano, acercarse con toda calma a Jimmy y volver a ponérsela en el rostro. Se miraron un instante con complicidad, luego volvieron a reírse frenéticos y salieron corriendo escaleras arriba. Volvían a ser un par de payasos. 

Además, este libro será presentado a cada uno de ustedes por cortesía de Jorge Alejandro Vargas Prado,
al menos, eso dicta el guión.


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